Cómo la búsqueda de un espacio para mi hijo se convirtió en un sueño emprendedor
La ciudad en la que vivimos está llena de opciones: lugares para comer, para tomar café, para pasar un rato en familia. Pero aunque parezca increíble, cuando se trata de salir con un bebé o un niño menor de dos años, las opciones se reducen drásticamente. Nos dimos cuenta de que la mayoría de los espacios no estaban pensados para nosotros, o mejor dicho, para él. A veces bastaba con que no hubiera un cambiador de pañales, otras veces con que no existiera un rincón seguro para que jugara. Y cuando sí encontrábamos algo que más o menos cumplía con lo básico, aparecían nuevas barreras: reglas que excluían a niños menores de cierta edad, dinámicas poco inclusivas o simplemente un entorno que, aunque bonito, no consideraba que hay niños que aprenden y disfrutan de formas distintas.
Recuerdo que en muchas de esas salidas, nuestra atención estaba dividida. Por un lado, queríamos disfrutar del momento, del lugar, de la compañía. Pero por el otro, estábamos todo el tiempo pendientes de si nuestro hijo tenía cómo entretenerse, si podía jugar con seguridad, si no se aburriría demasiado rápido, si habría otros niños, si el espacio realmente lo incluía. Y no era que quisiéramos una atención especial, simplemente queríamos lo básico: que él también disfrutara, que se sintiera parte del plan familiar, que pudiera explorar, moverse, conectarse con otros.
Pero una y otra vez nos topábamos con lo mismo. Lugares bonitos pero mal pensados para niños pequeños. Normas rígidas que dejaban fuera a los menores de dos años, como si antes de esa edad no existieran las ganas de jugar, de trepar, de descubrir el mundo. Y sí, claro que mi hijo desde el primer año ya se subía a juegos de niños más grandes. Claro que podía. Pero no era suficiente. Si el letrero decía “a partir de los 2 años”, no había discusión. Y nosotros nos quedábamos ahí, viéndolo con ganas de participar y con pocas o nulas alternativas.
Con el tiempo, y como suele pasarme, esa molestia se transformó en algo más. En mí comenzó a nacer de nuevo esa chispa que aparece cada vez que detecto algo que podría hacerse mejor. No sé si es porque no puedo estar quieto, porque siempre ando buscando una excusa para emprender o porque simplemente tengo una necesidad constante de construir algo propio. A veces pienso que lo hago por querer dejar de trabajar para alguien más. Otras veces creo que es por querer dejarle algo a mi hijo, a mi familia. Un patrimonio, un legado, un ejemplo. No lo sé exactamente. Lo único que sé es que cuando una idea me nace desde la experiencia personal, desde el corazón, se vuelve difícil de ignorar.
Y así, casi sin darnos cuenta, nació la idea de la ludoteca móvil. Y digo “nació”, aunque en realidad fue más bien una evolución. Porque ya había visto que existían otras similares en la ciudad. Pero al ver cómo funcionaban, los precios que manejaban, lo poco claro que era su mensaje y lo poco enfocadas que estaban en los niños más pequeños, sentí que ahí había una oportunidad real. No para copiar un modelo, sino para hacer algo distinto. Algo mejor. Algo nuestro.
Hoy puedo decir que ya dimos los primeros pasos. La marca está en proceso de registro. Los temas fiscales están en orden. Rentamos una pequeña bodega para comenzar a organizar el inventario. Contratamos una línea telefónica exclusiva para el negocio. Y, aunque parezca poco, eso ya es muchísimo. Porque lo más difícil en cualquier emprendimiento, lo más valiente, es empezar. Dar ese primer paso que cambia todo. Pasar de la idea al movimiento.
Ahora estamos a pocos días de comenzar a comprar el inventario. Ya tenemos definida la propuesta, los paquetes base, los grupos de edad. Nos estamos enfocando mucho en cuidar los costos, en hacer cada gasto de manera inteligente, sin dejarnos llevar por la emoción del arranque. Sabemos que al inicio habrá gastos inevitables: renta, servicios, traslados, adecuaciones. Pero si mantenemos una mentalidad firme, si no perdemos el norte, lograremos establecer una base sólida que nos permitirá crecer con calma, paso a paso.
No todo está resuelto. Faltan muchas cosas por definir, como la logística para llevar el servicio a distintos puntos, los tiempos de armado y desmontaje, la forma en la que ofreceremos una experiencia segura y cuidada para cada niño. Pero eso lo resolveremos en el camino. Lo importante es que la idea ya no está en el aire. Ya es un plan. Ya es un proyecto en marcha. Ya es real.
Y aunque no sé cuánto tiempo va a durar este negocio —si serán meses, años o quizá una puerta hacia algo más grande— tengo el presentimiento de que algo bueno va a salir de aquí. Lo siento muy dentro. Quizá esa vieja idea de tener algún día un restaurante familiar, donde padres e hijos pudieran compartir sin renunciar cada uno a su propio disfrute, se esté reformulando con esta ludoteca móvil. Quizá esto sea solo el inicio de una nueva etapa donde podamos combinar diversión para los niños con espacios de descanso, conexión o trabajo para los papás. No lo sé. Lo que sí sé es que primero hay que empezar. Y hacerlo bien.
Hoy miro hacia atrás y veo todos esos momentos en los que buscamos espacios para nuestro hijo y no los encontramos. Y me doy cuenta de que esas pequeñas frustraciones, en realidad, eran parte del camino. Que todo eso era necesario para que hoy, con más claridad y fuerza, me animara a intentarlo. A emprender con causa. A construir algo que no solo beneficie a mi familia, sino también a otras muchas que seguramente han sentido lo mismo que nosotros.
Ojalá que dentro de algunos años, pueda volver a leer estas líneas y sonreír. Que recuerde este momento como el inicio de algo importante. Que pueda decir, con orgullo, que valió la pena. Que fue difícil, pero hermoso. Que ayudamos a muchas familias a disfrutar mejor de sus eventos, a pasar tiempo de calidad con sus hijos, a encontrar ese espacio que nosotros tanto buscamos y no encontrábamos.
Y sobre todo, que lo hicimos con el corazón en las manos y con la convicción de que jugar, reír y convivir también debe ser un derecho de los más pequeños. Porque al final, ellos también merecen disfrutar de este mundo. Y nosotros, como adultos, tenemos la responsabilidad —y el privilegio— de ayudar a que eso suceda.
Chao!.
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