Cuando mi alma me pide moverme

Llevo semanas —quizá meses— con una sensación difícil de ignorar. No se trata de un problema concreto, sino más bien de un cosquilleo constante: una incomodidad silenciosa que se ha ido colando en mis días laborales y mis pensamientos más íntimos. En lo profesional, me siento estancado. No porque no trabaje, ni porque no lo haga con responsabilidad; simplemente, siento que ya no hay para dónde crecer en el lugar en el que estoy.

La administración actual en mi empleo ha generado cierto roce conmigo, y aunque no me han despedido ni algo por el estilo, el ambiente no da para más. No hay ascensos, no hay nuevos retos, no hay apertura. Y eso me pesa. Al mismo tiempo, no puedo tomar decisiones a la ligera. Tengo una familia que depende de mí, y el ingreso que hoy tengo me permite cumplir con mis responsabilidades. Sería mentirme si dijera que no tengo miedo de soltar eso sin una red que me sostenga.

Pero aquí viene lo más importante: dentro de mí, en lo profundo, sigue latiendo una llama. Es ese viejo deseo de tener algo propio, de emprender un negocio, de arriesgarme con una idea —aunque todavía no sé bien cuál. Es una sensación mezcla de ilusión y vértigo. A veces pienso si esa idea nace desde la frustración del trabajo actual, o si es una auténtica llamada del corazón.

Y como si eso fuera poco, hay otra voz interna que no he dejado de escuchar: la de mi yo programador. Ese que encontraba paz al escribir código, que disfrutaba construir soluciones, diseñar páginas web, perderme entre líneas de lógica. No era un experto, pero sí alguien que encontraba satisfacción genuina en crear desde cero. Últimamente, esa parte de mí ha empezado a hablar más fuerte. Me cuestiono si no será momento de regresar a eso, incluso aunque implique un giro profesional muy distinto al que tengo hoy.

Con todo esto en la cabeza, me pregunté: ¿estoy desvariando? ¿Estoy queriendo huir? ¿O estoy, por fin, escuchándome?

Después de reflexionar y hablar conmigo mismo con brutal honestidad, llegué a una conclusión: no estoy perdido. Estoy despertando.

No se trata de una crisis, sino de una transición. No es que quiera huir de mi vida, sino que mi alma me está pidiendo que me mueva. Y lo haré, pero con estrategia. Con cabeza y con corazón.

He decidido que mi próximo paso será múltiple.

Mantener mi trabajo actual, pero con otra actitud

Mientras no tenga una opción sólida, seguiré cumpliendo con mis responsabilidades. Pero ya no lo veré como mi destino, sino como mi base de operaciones. No permitiré que me drene emocionalmente, ni que me consuma. Es un medio, no un fin.

Volver al código: reencontrarme con el programador que fui

Voy a dedicar tiempo (no importa si son noches o fines de semana) a practicar programación otra vez. A recuperar la habilidad, el ritmo y la emoción. Quizá sea el paso para cambiar de empleo, o quizá sea el fundamento de un futuro negocio propio. Pero voy a reconectarme con esa parte de mí que se siente viva al crear.

Explorar con método la idea de emprender

No me lanzaré al vacío, pero tampoco ignoraré la llamada. Voy a investigar, analizar, escribir ideas, estudiar modelos. Puede ser una franquicia, una tienda de productos mexicanos, un servicio digital, o algo que aún no imagino. Pero empezaré a construir esa idea poco a poco. Sin prisa, pero sin pausa.

Esto no es un plan definitivo. Es el inicio de un camino. Un mapa que trazaré con calma, sin dejarme vencer por el miedo, pero sin negar que existe. Porque a veces, el miedo no es un enemigo: es un guardián que nos pide avanzar con inteligencia.

Y si alguna vez me vuelvo a perder, si la rutina me atrapa otra vez o si dudo de mí mismo, volveré a leer estas líneas. Porque aquí está el recordatorio de que no estoy atrapado: estoy despertando hacia una nueva etapa de mi vida.

Y eso ya es un gran primer paso.

Comentarios