Mi camino como emprendedor: de vender dulces a las ventas en línea


Primeras ventas: dulces y caramelos en la escuela

Antes de llegar a donde estoy ahora, en primaria se me ocurrió vender dulces en clase. Algo me decía que la cooperativa de la hora del recreo ganaba mucho dinero por vender dulces, papas y refrescos, y fue cuando en casa le dije a mamá que me ayudara a vender dulces en la escuela. 

Al inicio todo comenzó llevando una caja de zapatos llena de diversos dulces; yo encantado llegaba a casa con la caja vacía y con las bolsas llenas de morralla, pasado el tiempo decidí vender más, y la caja de zapatos se convirtió en una mochila tan grande como la de mis útiles. Era un manjar de dulces para vender y dinero que me estaba ganando. Claro que mamá jamás me quitaba el dinero. Me dejaba ahorrarlo. Yo tan pequeño que diablos iba a saber de reinvertir en más producto o de ahorros. Yo solo quería vender mucho. Todo terminó cuando unos compañeros comenzaron a imitarme (y los maestros se enteraron), esa experiencia me mostró el sabor -y el reto- de las ventas.

El efecto de tratar con clientes pequeños: de los caramelos al soporte técnico de computadoras.

El espíritu se traslado a mi pasión por las computadoras. Ya para cuando tenía 12 años, empece a ofrecer mis servicios de reparación a amigos y conocidos de mamá y papá, repartiendo mis propias tarjetas de presentación. Durante la secundaria, y universidad, a medida que fui perfeccionando mi habilidades, aprendí no solo a arreglar equipos, sino también a comunicarme, a transmitir confianza y a convencer a mi compañeros -de diferentes carreras- de que sus computadoras podían estar en mejores manos.

Una vez que se consolidó mi interés en la tecnología, decidí trabajar en soporte técnico. A través de un familiar logré entrar a una empresa de publicidad donde, además de brindar soporte en campo, aprendí a trabajar con diversos sistemas operativos (incluso me introdujeron al mundo del software libre y la programación).

Aunque mi “negocio” de soporte técnico me permitió ganar experiencia y conocer gente, también comprendí que, si bien la tecnología es fascinante, en el fondo mi inquietud era algo más: emprender y conectar con clientes de forma directa.

Más allá del hardware: Emprendiendo en el desarrollo web. 

Más adelante, impulsado por mi interés de la tecnología, el software libre y la programación, me aventuré a desarrollar sitios y a optimizar palabras clave para atraer tráfico a las páginas de mis clientes. Sin embargo, el deseo de emprender siempre parecía empujarme hacia nuevas ideas.

Emprendiendo en nuevos horizontes

La sed de nuevos desafíos no se detuvo. Tras casarme y formar mi propia familia, junto a mi esposa emprendí una taquería temporal en una romería cercana. Empezamos en un espacio reducido, con una oferta limitada –4 sabores de tacos y 2 tipos de refrescos–, pero el éxito nos impulsó a ampliar el local y contratar personal. 

En la segunda, tercera y cuarta temporada, el negocio creció hasta contar con un equipo de 13 o 14 personas. Lamentablemente, la pandemia y las normativas de salubridad frenaron la continuidad de esta iniciativa, pero nos dejó un valioso aprendizaje sobre inventarios, proveedores y la importancia de saber escalar un negocio.

La aventura con la “flotilla” y el dilema de los libros

Durante la pandemia, intenté diversificarme con un negocio de renta de automóviles para conductores de plataformas como Uber. La idea era simple: adquirir vehículos y obtener ingresos de las rentas semanales. La realidad, sin embargo, fue otra. Los gastos de mantenimiento y la complejidad operativa hicieron que la inversión se transformara en un desgaste emocional y económico, y terminé vendiendo el carro.

Más recientemente, me enfrenté a un nuevo desafío: la mudanza y la necesidad de desapegarme de mi extenso acervo de libros. Siempre me ha gustado leer y, en mi antigua casa –más espaciosa– podía almacenar mis libros sin problema. Pero en el lugar en el que vivo ahora, el espacio es limitado. La solución se presentó de forma inesperada: venderlos en línea.

Aunque al principio me preocupaba que este negocio fuera demasiado complejo, descubrí que, con las plataformas adecuadas (Facebook Marketplace, MercadoLibre, Amazon), podía ofrecer mis libros usados de manera sencilla. No es un negocio que me apasione por sí mismo, pero me ha abierto la mente a nuevas posibilidades y me ha demostrado que siempre hay oportunidades para emprender, incluso en áreas que parecían ajenas a mis intereses iniciales.

El motor que impulsa cada emprendimiento

¿Qué es lo que me sigue motivando a probar, a arriesgar y a reinventarme? Es, sin duda, ese impulso de querer vender más, de generar ingresos y, sobre todo, de no conformarme. A pesar de los fracasos o de los proyectos que no han salido como esperaba, cada experiencia me ha enseñado algo valioso. Sí, el miedo al fracaso ha estado siempre presente, pero también lo ha estado la convicción de que, en algún momento, algo grande se gestará.

He intentado varios negocios a lo largo del tiempo: desde ventas de dulces en la escuela, reparaciones de computadoras y desarrollo web, hasta taquerías, renta de automóviles y ahora la venta de libros. Ninguno me ha llenado completamente, pero cada uno me ha permitido crecer y comprender mejor lo que quiero lograr.

Mirando hacia el futuro

Hoy, casado y con un hijo, me encuentro en una nueva etapa. Estoy reflexionando sobre el valor de desaprender viejos hábitos y abrirme a nuevas ideas. La experiencia me ha enseñado que el camino del emprendedor está lleno de giros inesperados, que el miedo forma parte del proceso y que cada intento –por más pequeño o aparentemente fallido– es un peldaño hacia algo mejor.

No sé exactamente cuál será mi próximo gran proyecto, pero sí tengo la certeza de que, mientras mantenga viva esa pasión por explorar, innovar y aprender, algo bueno está por llegar.

Chao!

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