La ladrona de libros, Markus Zusak

[…] (Los niños… A veces son mucho más astutos que los atontados y pesados adultos.) [...]
[…] ¿HAY ALGO PEOR QUE UN CHICO QUE TE ODIE? Un chico que te quiera. [...]
[…] «Creo que se me da mejor dejar cosas atrás que robarlas.» [...]
[…] «He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura.» [...]
[…] Entonces, ¿se es cobarde por sentir miedo? ¿Se es cobarde por alegrarse de seguir vivo? [...]
[…] Era una mujer de gran valor en momentos difíciles. [...]
[…] Imagínate que tienes que sonreír después de recibir un bofetón. Y luego imagínate que tienes que hacerlo las veinticuatro horas del día. [...]
[…] Los necesitados intentan no detenerse nunca, como si ir de aquí para allá fuera a ayudarles. [...]
[…] Me maravilla lo que los humanos son capaces de hacer aunque estén llorando a lágrima viva, que sigan adelante, tambaleantes, tosiendo, rebuscando y hallando. [...]
[…] mensch se utiliza para censurar o humillar a la mujer. [...]
[…] No es que fuera el infierno, no, pero desde luego no era el cielo. [...]
[…] No puedes quedarte ahí sentado esperando que el nuevo mundo se adapte a ti, eres tú el que tiene que adaptarse… A pesar de los errores pasados. [...]
[…] No se había desprendido del libro. Se aferraba con desesperación a las palabras que le habían salvado la vida. [...]
[…] —Para nosotros, el enemigo no está al otro lado de la colina o en un lugar en concreto —se explicó—. Está por todas partes. [...]
[…] Qué lástima que los libros no puedan comerse. [...]
[…] Rudy le pasó el brazo por el hombro, como sólo lo hace el mejor amigo, y siguieron caminando. [...]
[…] Se la conocía como la mejor recolectora de palabras del lugar porque sabía lo indefensa que se encontraba una persona SIN palabras. [...]
[…] Ser bueno en algo era interesante. [...]
[…] Si a Hans Hubermann y a Erik Vandenburg los acabó uniendo la música, Max y Liesel lo estaban por la muda recopilación de palabras. [...]
[…] Sin embargo, día tras día conseguía estirarse y alisarse, indignado y agradecido. Destrozado, pero no hecho pedazos. [...]
[…] Solía decirle a Rosa que tal vez el dinero no les lloviera del cielo, pero al menos chispeaba de vez en cuando. [...]
[…] Todas las noches sin excepción había jaleo en la diminuta cocina. [...]
[…] Todo el mundo sabe que una bola de nieve en la cara es el comienzo perfecto de una amistad duradera. [...]
[…] Una niña de once años es muchas cosas, pero no tonta. [...]
[…] Una nueva savia, que tenía el poder de asustarlo y a la vez espolearlo, corría por sus venas: la de la victoria. [...] por

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